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2019: El año de tenis que cerró la década con broche de oro

La primera mitad de la década iniciada en 2010, tuvo tristes noticias para el tenis chileno. Fernando González y Nicolás Massú anunciaban su retiro del tenis en 2012 y 2013, respectivamente, e instalaban un manto de incertidumbre para el tenis nacional. Con ellos se iban variados títulos de ATP, medallas olímpicas e históricos partidos en Copa Davis, y se despedía la etapa más exitosa del deporte criollo.

Ante esta situación y, tal como indicaba la lógica, la inexistencia de recambio y la mala gestión dirigencial trajeron amargos resultados y hundieron a Chile en los escenarios más remotos del tenis mundial. Ecuador, Barbados, Paraguay, Perú, México, Venezuela y otros tantos rivales de poco renombre, animaban las no muy vistosas llaves de Copa Davis que Chile sortearía en la zona Americana I y II sin grandes jugadores ni un equipo mayormente consolidado. En paralelo, asomaba el nombre del jugador de 16 años Christian Garin, como posible y necesario recambio, recibiendo todas las miradas y presiones sobre sus hombros. Lejos de las expectativas, el joven ariqueño aflojó el paso y, tensión de por medio, no demostró lo que la prensa esperaba reinstalando las escasas certezas sobre el futuro de nuestro tenis.

Con estos antecedentes, la segunda mitad de la década carecía de certezas y el tenis parecía estar a la deriva. No obstante, con la inteligencia y entrega que siempre lo caracterizó, Nicolas Massú se haría cargo del equipo chileno de Davis e instalaría, en la práctica y el discurso, la cierta necesidad de dar rodaje, tiempo y espacio a los jóvenes tenistas que en Chile se forjaban, asomando nuevos nombres para nuestro país. Nicolás Jarry y nuevamente Cristian Garín, serían los grandes señalados para revivir el deporte blanco nacional. El primero, con actuaciones promisorias y sangre tenística, arrastraba los mejores resultados en el circuito challenger e ilusionaba con la posibilidad de instalar a un chileno nuevamente el ATP tour. El segundo en cambio, plagado de inseguridades era rotulado, injustamente, como "fracaso" y la prensa especulaba constantemente con las razones que nos podían permitir explicar su situación. Esta situación dispar, centró los focos en Jarry y permitió a Garín un trabajo silencioso.

2017 marcaría el despertar de nuestro tenis. Tres títulos de Jarry en torneo challenger lo instalarían con la corta edad de 22 años, como el primer tenista chileno en alcanzar el top 100 tras varias temporadas. Reaparecían los GS, los torneos ATP y el futuro prometía un 2018 cargado de ilusión y así fue. Cuartos de final en Quito, semifinal en Río y final en Sao Paulo, ponían a Jarry como la gran promesa del tenis chileno y Latinoamericano, impulsándolo rápidamente por el competitivo ranking ATP. En Davis, Jarry sumaba al equipo y lo consolidaba en la zona Americana I con icónicas actuaciones ante Ecuador. De este modo, el Nico mantendría, con altos y bajos, su presencia en el circuito y cerraría un buen año en el puesto 43° del ranking. Al mismo tiempo, Garín se consolidaba en el circuito challenger y reaparecía en el panorama "tenístico" cerrando el año en el escalafón 85°.

Con ambos tenistas en su mejor momento, el 2019 entusiasmaba incluso hasta al más crítico, pero el panorama volvía a presentar contrastes. Un Garín consistente y un Jarry inestable, conformaban un equipo nacional que, beneficiado por el cambio de formato de la Davis, recuperaba la opción de jugar en el grupo mundial. El escenario sería Austria y Garín el gran protagonista; tras una intensa serie, Chile conseguiría el preciado cupo a Madrid y el panorama volvía a estar de nuestro lado con el tenis chileno en lo más alto del circuito por naciones. Además de los resultados en Davis, Garín animaba semana a semana el circuito y conseguía un preciado logro: ser campeón de dos torneos ATP (Houston y Münich) en un año. Y Jarry, pese a no repetir las actuaciones de 2018, obtenía su primer título ATP en Bastad. Los jóvenes chilenos se consolidaban en el circuito principal del tenis mundial y cerraban el año tenístico en los lugares 33 y 77.

El año que viene ya no invita a especular. Con dos jugadores aún en construcción pero en la elite, el tenis chileno puede respirar con alivio y esperanza. Cristian y Nicolás son jóvenes y prometen varios años más de alegrías, penas y rabias, todas emociones componentes del tenis. Pese a esto, al tenis chileno aún le quedan deudas. En lo inmediato, debe estar a la altura necesaria para la organización del ATP250 de Santiago. En el mediano y largo plazo, mejorar el tenis femenino es fundamental, y para ello, también debe invertir en la masificación y mejora de los procesos formativos y captación de talentos en la niñez. En una década dispar que cierra con broche de oro, el tenis chileno debe volver a empaparse de esperanza pero, sobre todo, de profesionalismo.

¡Feliz fin de década!

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